Llegamos a la mesa y en el centro está una botella de amor, servimos una copa y después de mirarla un rato la dirigimos a la boca, tratamos primero de probar su sabor con la punta de la lengua y humedeciendo los labios, bebemos un sorbo, lo pasamos, en su paso por la laringe sentimos sus particularidades, nos asombramos con su deleitoso sabor. Sin preocuparnos ya, nos precipitamos a beber la copa, cuando queda vacía, servimos una más y la vaciamos de nuevo, llenamos y vaciamos, llenamos y vaciamos, bebemos, nos reímos, embrutecemos, alucinamos...
Pero llega el momento en que la botella se vacía, ya no queda nada que beber, nos transformamos entonces en bestias desesperadas con una dependencia absurda a ese líquido embriagador, nos despedazamos...
Despertamos entonces tumbados en el suelo de un lugar desconocido, con el sabor de la borrachera en la boca, confundidos. Al final no podemos hacer gran cosa, solo nos queda recoger los restos, llevarlos a casa para zurcirlos, colgar los ojos para que escurran, orear el falo, las nalgas y los labios, perfumar la nariz, sacudir el pecho, la espalda y las piernas, bolear los pies, fumar un cigarrillo, beber un poco de vino, descansar un rato...
Pero llega el momento en que la botella se vacía, ya no queda nada que beber, nos transformamos entonces en bestias desesperadas con una dependencia absurda a ese líquido embriagador, nos despedazamos...
Despertamos entonces tumbados en el suelo de un lugar desconocido, con el sabor de la borrachera en la boca, confundidos. Al final no podemos hacer gran cosa, solo nos queda recoger los restos, llevarlos a casa para zurcirlos, colgar los ojos para que escurran, orear el falo, las nalgas y los labios, perfumar la nariz, sacudir el pecho, la espalda y las piernas, bolear los pies, fumar un cigarrillo, beber un poco de vino, descansar un rato...
Texto e Imagen: Inflamadorate Julio 2005