sábado, marzo 01, 2008

La silla...


La silla...


Para ser honestos, no recuerdo cuando y como llego la silla a la casa paterna. Lo que sí recuerdo es el impacto que me causó cuando vi por primera vez su demoníaco rostro.

Tendría seis años cuando fue colocada en el estudio, junto a mi amigo el librero y frente al restirador pegado a la pared; aquel restirador que sobrevivió al holocausto familiar y que ya en cuatro patas y retocado me acompaño a la universidad; el mismo que después de mi vida gitana se vino a vivir conmigo; aquel compañero sobre el que he dibujado y escrito mis incoherencias.

En esos días pasaba las tardes solitario. Mis padres trabajaban y mi hermana mayor acompañaba a mi madre. Yo, mientras crecía, me refugiaba en el librero, hojeando los libros de historia del arte y las enciclopedias, devorando ansioso los cuadros e imágenes de la vida que sucedía afuera y que por un azar que no comprendía, me la ponían ahí, a mi alcance en el librero, empastada, capturada. Así de simples eran mis tardes solitarias, así de solitarias eran mis tardes simples. Llegue incluso a tener memorizadas cada una de las imágenes que ahí vivían y las lograba identificar en cualquier otra parte donde las encontraba.

Ese breve espacio de la casa era para mí esencial. Fue el lugar donde durante nueve años aprendí a estar solo; fue donde perdí la virginidad a los doce años; donde lloré al abuelo a los trece y el cual abandoné a los catorce para vagar en la calle con los amigos y vivir los jolgorios juveniles a partir de los quince.

Por ello, la llegada de la silla fue un hito en mi historia que difícilmente podré olvidar. Quizá fue ella la culpable de que las cosas se distorsionaran hasta traerme aquí, a este yo solitario que escribe como presidiario las mañanas que le roba a la rutina; y no al otro yo casado y criando hijos en Coatzacoalcos que pudo ser.

Las cosas a los seis años lucen más grandes y tenebrosas de lo que realmente son. Con la inocencia de la ignorancia, la imaginación es fantástica y no tiene límites. La silla, con sus fauces abiertas y sus pequeños ojos fijos representaba la nítida y tangible existencia de los fantasmas y monstruos que imaginaba escondidos en el closet o vagando por la oscuridad nocturna de la casa. La silla, con todo aquel mal que representaba, llegó un día cualquiera a invadir el espacio vital de mi niñez. Ahí, junto al librero que tanto quería, la cínica silla se posó como un milenario guardián que protege un gran tesoro y debo reconocer que por un tiempo me mantuvo alejado de él...


¿Continuará…?





Inflamadorate Marzo 2008...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Cabron...........
Como te trata la vida?
Te siguo en tus letras aunque no haga comentario/te siguo y te siento/.
Muy amable por compactir parte de tu infancia con los miedos que la acechan..............

Un beso siniestro.

Inflamadorate dijo...

Hola Mary...

¿Me trata con mucho empacho y a ti...?

Se que estas aquí leyendo aunque no comentes...

De nada, aunque la silla es la culpable de que lo haga, je...

Beso infantil...

Anónimo dijo...

siento que la vida a veces no me da tregua, eso esta muy bien, pero... otras veces y coincidiendo con esos mismos momentos, siento que es ella -la vida- la que me vive y no yo a ella... pura contra/diccion.

Se, que necesitas culpables...

Te devuelvo el beso infantil, mucho mas atractivo y -SI- no inocente.

Beso niño.

My

Inflamadorate dijo...

Así es esto de los chiles en nogada mi Mary...

Beso simple...